La nueva organización económica en la era de Acuario

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Desde mi punto de vista, la gran virtud del período de emergencia sanitaria que vivimos entre 2020 y 2023, fue poner de manifiesto ante la opinión pública la descomposición de nuestros sistemas, el político, de seguridad social, salud, laboral, educativo y financiero.

Estamos migrando a la Era de Acuario, lo cual conllevaría la creación de organizaciones más equitativas, colaborativas y tecnológicas. A la fecha se han creado nuevas maneras de ganarse la vida con las que ni soñábamos a fines del siglo pasado, y lo que exigen los más jóvenes es pasar de la verticalidad organizativa en las empresas a la horizontalidad, pero la característica principal es la influencia de la tecnología a nivel global: la digitalización y la automatización, el protagonismo de criptomonedas, blockchain y otras tecnologías financieras descentralizadas. 

Sin embargo, en la lógica de una era en donde se esperaría una distribución más equitativa de la riqueza y en la que la tecnología permitiría que más personas participaran en la economía, está surgiendo una distorsión: la economía capitalista, basada en la ganancia a partir de la producción de bienes, está mutando. Como antes, los mercados rigen la vida y el imaginario de las sociedades, la ganancia sigue siendo el objetivo. La gran diferencia ahora es que la plusvalía no se crea a partir de la industria sino del capital nube, que ha sustituido a los mercados por una especie de feudo digital en donde los ciudadanos comunes producimos plusvalía y rentas para los propietarios del capital en la nube, quienes no producen nada. Sin embargo, no solo sustituyen los mercados, sino que los monopolizan gracias a la privatización paulatina de la internet y la constante alimentación que reciben por parte de los bancos centrales con un flujo constante de dinero. 

¿Quiénes son los principales capitalistas de la nube? Bueno, podríamos mencionar a Elon Musk dueño de X, Mark Zuckerberg, de Meta, Jeff Bezos, de Amazon, Sundar Pichai, de Google, y Tim Cook de Apple, todos presentes en la toma de posesión de Donald Trump.

Elon Musk es un buen ejemplo de capitalista de la nube. Su acumulación de poder es inmensa. El hecho de convertirse en asesor gubernamental le dará acceso a instituciones, a más inmunidad y a más influencia. Y no tiene límites. Musk no se sujeta a las normas de los estados. Sus empresas han dejado de registrar sus cuentas en España, por ejemplo. Es decir que Tesla y X incumplen sus obligaciones sin informar por qué. Y España no puede hacer nada para detenerlo más que multarlo. ¿Le importan las multas a Musk? No. La seguridad en su poder le permite no solo arrogarse la capacidad de intervenir en los procesos políticos de cualquier país, sino apropiarse del espacio exterior con su red de satélites privados. Ya era un sinsentido que hubiera una carrera espacial entre Estados Unidos y Rusia, lo siniestro es que ahora sea entre dos personas: Musk contra Bezos. 

Son megacorporaciones digitales que acumulan más riqueza y poder que buena parte de los estados del mundo y cuentan con tantos seguidores como los habitantes de esos países. Por sí mismos están definiendo una nueva forma de organización económica mundial. Hay quienes la llaman tecnofeudalismo.

¿Y nosotros?

¿Cómo pintamos en este esquema?  ¿Somos los siervos que entregamos nuestro único capital, es decir nuestros datos y nuestra participación? Excepto que, a diferencia del sistema feudal, a nosotros nadie nos obliga. O eso parecería, sin embargo, han invadido nuestra vida hasta tal grado que, si en un acto de rebeldía colectiva dejáramos de usar sus servicios, retrocederíamos a la era industrial. 

¿Quién puede ponerles límites si están pasando sobre la soberanía de los Estados? ¿Quién tiene más poder que ellos si han creado gigantescas transnacionales con sede en paraísos fiscales, ejércitos privados como Blackwater o fondos de inversión como BlackRock que superan el PIB de varias potencias juntas?

¿Pero cómo detenerlos si hemos entronizado la sacrosanta idea de la libertad privada donde uno tiene el derecho de comerse, si es el más fuerte, el 99% del pastel mientras el 1% restante lo mira, desesperado? Debe haber regulaciones. Hay áreas que son preeminentemente sociales y se están adueñando de ellas. Nadie debería tener el agua, la electricidad, el espacio. Porque son de todos. Y el espacio de la Internet también lo es. Insisto. ¿Y nosotros? ¿Qué podemos hacer? Hay quienes sugieren que los gobiernos deberían contrarrestar con redes sociales públicas y esa me parece una gran idea. Y otras surgirán, estoy segura, ahora que los grandes señores tecnofeudales se han colocado bajo la luz pública dejando claro que se están apropiando de todo y que su agenda difícilmente coincidirá con nuestras necesidades.