Es más fácil a la bóveda de un banco que a Australia

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Rosa Ana Cronicas Esmeralda
A mi hijo Orlando, que trabajaba en Sudáfrica, lo contrató una empresa australiana. El quince de septiembre voló hacia Adelaida para establecerse allí. Ya había visto en algunos videos lo estrictos que eran los controles para entrar -al final, decían algunos comentarios en esos videos, como razón para tanta dureza, ese continente fue una prisión-, pero vivirlos fue toda una experiencia. 

Para comenzar, nos contó que antes de abordar, Qatar Airlines tuvo que llamar a Australia para verificar que la visa era válida. A la llegada, tras casi veinte horas de vuelo, un grupo de médicos con traje aislante llevaron a los pasajeros a los autobuses que los conducirían al hotel-covid. 

A Orlando le asignaron una habitación bonita y cómoda, pero de la cual no podría salir en los siguientes catorce días. 

Él contaba con comprar en el aeropuerto convertidores para la corriente eléctrica de Australia, pero llegó tan tarde que halló las tiendas cerradas. No tenía cómo trabajar en su computadora y tampoco podía salir. Se le ocurrió preguntar por teléfono a la recepción y, por fortuna, allí le vendieron un par. 

Le explicaron que le llevarían comida tres veces al día. Y así fue. A veces buenísima, otras no tanto. La instrucción era que cuando le tocaran a la puerta no debía abrirla, sino esperar unos minutos a que el encargado se alejara y entonces meter la bandeja que le dejaban frente a la puerta, SIN SALIR. Eso lo haría acreedor a una costosa multa.

No tenía derecho ya no digamos a pasear por los jardines del hotel, sino de caminar por el pasillo del piso. Ingenuamente le pregunté cada cuánto iban a asearle el cuarto. Se rió. 

-Por lo visto no les ha caído el veinte de lo estricto que es esto. Nunca -me contestó-. Cada cinco días me darán sábanas para que las cambie y me avisarán cuándo podré sacar la basura. Sin salir de la habitación. Solo tengo permitido sacar un brazo.

No lo podía creer.

Cada día lo llamaban de la policía, migración y salubridad para tomar datos sobre su salud y en dónde iba a vivir, trabajar, todo. 

-Si a alguien le choca estar controlado -comentó-, Australia definitivamente no es el lugar para estar. 
Por fin, al quinto día lo llamaron para autorizarle a sacar su basura. 
Comenzó a tener pesadillas. Sentía densa la energía de la habitación. 
-Cuánta gente se habrá quedado encerrada aquí claustrofóbica y desesperada -nos dijo durante uno de sus insomnios. 

Comenzaron los problemas. Los de migración le pedían un número de teléfono local, pero él no podía ir a tramitarlo. Necesitaba productos del supermercado pero para llevárselos le solicitaban lo mismo. En el hotel le habían vendido una tarjeta sim, pero no lograba activarla de manera online. Al fin descubrió que Uber eatsle podía llevar los productos que necesitaba. 

Al fin, luego de catorce largos días, salió. En uno solo recorrió Adelaida y hasta la playa llegó. Tan enorme era su ansia de caminar y tomar el aire. 

Hoy dice que aunque no hay mucha gente en las calles, en la empresa deben andar con mascarilla, Adelaida es una de las ciudades en donde el covid está más controlado. En realidad en todas las provincias, menos en Melbourne que está en semáforo rojo y Sydney amarillo.

-Es como estar en el pasado. Se te olvida que existe el covid. 
-Bueno -le contesté-, que un control tan draconiano tenga alguna utilidad. Pero definitivamente ese no es un lugar que se me antoje visitar. No ahora. En cuanto toda esta locura termine, sí.