Euskal Herria, el País Vasco

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Rosa Ana Cronicas Esmeralda

Yo quería ir a ver a Kris. El problema es que ella vive en Donostia, que es el nombre en vasco de San Sebastián. Pasaba unos días en Barcelona en casa de Miri, mi hija, y Claudia, que fue quien me presentó a Kris, me propuso ir en auto. 

En Barcelona no bajábamos de treinta grados y nos deshidrataba a diario un sol inclemente. Esto hizo más patente lo distinto que es Euskal Herria, es decir, el País Vasco. Justo cuando descubrimos los dos picos llamados Las Hermanas, que son la entrada a Donostia desde Navarra, el cielo se nubló, comenzó a llover y el paisaje oscureció. 

-¡Bienvenidas a Mordor! -comentó Claudia. 

Delgadita, pequeña, con sus grandes ojos y su tremenda melena rizada y revuelta, Kris nos comió a besos. Igual habría podido aletear a nuestro alrededor como el hada vasca que es. Llevábamos a Nikita, la pomerania de Claudia, que junto con nuestros regalos, hizo felices a Ekhi, el hijo, mayor, de trece años, y a Miru, el pequeño de cinco. Kris nos tenía preparado un plato vegetariano delicioso, que acompañamos con un buen vino blanco. De pronto entró en la habitación Dani, su marido, al que yo no conocía. Un hombretón de fuertes brazos y piernas, unos pectorales de hierro y pelo negro hirsuto enmarcando su cara de niño salvaje. Entonces me descosí a preguntas. 

-Pues sí -contestaba Dani-, en Euskadi mandan las mujeres. Para escapar un poco de ellas, organizamos las sociedades gastronómicas, en donde nos reunimos los hombres para cocinar, comer y beber. 

Yo seguía tratando de indagar sobre la especificidad de una cultura tan diferente del resto del país. 

-No creerías cuáles son sus deportes favoritos, Rosa Ana -añadía Kris-. Uno es el levantamiento de piedras -me enseñó un video de un campeón levantando un cilindro de 300 kilos-. Son los arriharri jasotzaile.  El otro es la corta de troncos con hacha, y son los  aizkolari -me mostró otro video en donde se los ve en un pequeño estadio, en compañía de sus entrenadores, hincando el hacha con precisión para cortar en V el tronco. A toda velocidad y con mucha precisión.

-Bueno, pero tienes que saber, Rosa Ana -añadió Kris-, que los más brutos son los navarros. Como Dani, que nació en Navarra. Ellos juegan a la kakaplasta.

-¡No manches! ¡Qué nombre! ¡Qué es eso!

-Ja ja ja. Lo hacen en el campo -dijo Dani-. Dibujan una cuadrícula en el césped con un número en cada cuadro, levantan las apuestas y sueltan una vaca. Gana la casilla en donde se caga. 

Nos reímos tanto. Hablamos de nuestras cosas, hacíamos planes de salir a visitar la ciudad tan hermosa, cuando oímos llorar a Nikita. Como buena madre primeriza, Claudia salió cual bólido a ver qué sucedía. En el salón Miru, muy serio, le contó que la pelota de la perrita se había escondido bajo el sofá.

-Bueno, Claudia -informó el niño-, habrá que esperar a que mi padre venga para que levante el mueble.

-Pues sí, Miru, porque yo no puedo.

-La verdad es que yo sí podría. Mira.

Y ante los ojos desorbitados de Claudia, el chico de cinco años levantó el sofá de tres plazas. ¡Puro navarro!

Por la tarde nos fuimos a cenar a un sitio junto al mar, en cuya terraza no pudimos estar porque soplaba un viento muy frío. Adentro brindamos con Meiby, una amiga doctora con la que hablamos acerca de la pandemia y la vacuna. Comimos y celebramos las cuatro nuestra hermandad.

Al día siguiente regresamos a Barcelona. Desde allí les envié un gran frasco de salsa macha. Ha sido la fiesta. Si me hubieran dicho que una salsa así iba a tener tal éxito entre mis amigos vascos, jamás lo habría creído. 

Nunca.