Era un jueves… cincuenta años del Halconazo

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francisco rodriguez

El 10 de junio de 1971 se escribió el segundo capítulo del ejercicio institucionalizado de la violencia en el México de la segunda mitad del siglo XX. Ese jueves tuvo lugar la matanza de estudiantes cerca de la normal de maestros rumbo al casco de Santo Tomás. Nuevamente el número de víctimas es incierto. Se habla de 120 estudiantes fallecidos. Desde 1956 se habían gestado las entrañas de grupos encargados de ejecutar el “trabajo sucio del Estado”. En el 68 esas células fueron más notorias para la sociedad mexicana. En aquellos tiempos se había formado  el “batallón olimpia”. Años después los líderes de ese grupo devenían en el grupo de los “Halcones”. Se trata de una selecta agrupación de ex militares y ex policías, que en su mayoría fueron dados de baja por mala conducta y por diversas infracciones a la disciplina militar. Este grupo de choque llegó a conseguir una gran fuerza, que prácticamente se convirtió en un ejército dentro del ejército. El partido que gobernaba México en aquel entonces, el Estado Mayor Presidencial y el gobierno del entonces Departamento del Distrito Federal eran la fuente de poder de esa organización. Eso explica su presencia arrolladora en las calles de nuestra ciudad.

Los focos rojos de la disidencia ya se habían encendido en las instituciones de educación pública, principalmente en la UNAM y el IPN. Los estudiantes estaban atrapados dentro de un círculo vicioso cuyos bordes albergaban al mismo tiempo  las legítimas protestas contra el gobierno y la represión sin mesura. Los motivos que originaron las manifestaciones del 10 de junio fueron la liberación de los presos políticos del 68 y el apoyo a la comunidad estudiantil de la universidad de Nuevo León, que exigía la democratización de la enseñanza superior. En esta ocasión, varios fotógrafos y periodistas fueron agredidos por los halcones. Es por ello que el “halconazo” tuvo mayor difusión que la matanza del 68. Ese jueves no fue un día soleado.

Según estudios e investigaciones, incluso oficiales, el uso de la violencia contra los estudiantes disidentes es producto de una organización y planeación oficial para erradicar cualquier intentona de oposición. La metodología y la forma de ejecución de la violencia estaban especialmente dirigidos a los estudiantes, que se organizaban para protestar contra las políticas que atentaban contra la libertad.Cincuenta años después del “tapabocas” oficial, el ejercicio pleno de las libertades, en especial, la libertad de expresión, tiene garantizado el reconocimiento del Estado. En el campo de la realidad, hay quienes todavía pierden la vida en aras de la libertad de expresión, sean estudiantes o no. La memoria de estos hechos siempre obligará al Estado a reconocer su responsabilidad en los sucesos históricos más sangrientos de México.