Antonio Orejudo en la Biblioteca Teresa Pamies, Barcelona

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-Los sábados, mi madre nos daba de comer filete de hígado y tenía la idea de que era alimenticio no solo por las proteínas, sino porque nos costaba comerlo, y creo que se tiene una idea similar, penitencial, de la cultura. Si te cuesta mucho trabajo leer, es que ese libro te está alimentando. En cambio, la risa no alimenta. Los libros que hacen reír son menospreciados.
Cuando escribo, nunca sé exactamente qué estoy haciendo. Empiezo con una idea general. La escritura va sola, una idea me lleva a otra o me voy en otra dirección y si me doy cuenta de que se vuelve aburrido, me regreso. Desecho un trabajo que a veces me ha costado meses. Doy palos de ciego hasta que al final tengo un taco bien gordo de folios. Allí es donde empiezo a disfrutar, porque lo que a mí me cuesta es inventar. Luego viene lo que considero realmente la tarea de escribir.
Qué es escribir para mí: pegar, cambiar, unir capítulos que estaban alejados, fundir personajes que podían haber sido tres y resultaban tres aspectos de uno solo. Y borrar. Para mí, los buenos escritores son los que borran, Borrar es muchísimo más importante que escribir. Cuando un libro nos aburre es porque el escritor no ha quitado lo que está de más.
Un proyecto puede tomarme de cuatro a cinco años, de modo que el editor me da por perdido porque nunca le comento lo que estoy haciendo. Como voy a ciegas, descubriendo mi camino, si cuento, la idea se solidifica y me determina. Eso me quita esa libertad que tengo cuando nadie sabe en qué estoy trabajando, pero entonces sufro como perro porque no tengo a quien contarle nada.
Lo común es entregar el manuscrito al editor. Las leyes obligan a las editoriales a pagar al autor el 10% del precio al público del libro, a menos que se haya negociado otro porcentaje. Hoy día están las cosas tan mal, que 6 000 ejemplares vendidos de una novela se considera un éxito. La literatura impresa está en retroceso. La paradoja es que hay cantidad de gente escribiendo, pero necesitamos a la gente que lo lea. Los jóvenes de hoy no han leído -y es probable que nunca lo hagan- los seis o siete textos que mi generación considera que tiene que leer una persona culta. No les dicen nada. Nos han vencido las pantallas.
Y están todos aquellos que creen que son escritores porque escriben de sí mismos. Es un gran malentendido pensar que el interés de una vida está en las peripecias que han ocurrido. Los libros nos interesan no por el tema, sino por la manera como está contado. La brillantez de una vida no garantiza la brillantez de una novela.
Yo me esfuerzo mucho porque las historias que escribo tengan vida independiente de lo que digo, que el placer lo produzca la voz que está contando el cuento. El trato que propongo al lector es déjate llevar por mí, confía. Yo tengo una idea de la relación con el lector muy parecida a la de los prestidigitadores frente a un publico. Si te dejas llevar por mi voz y por mi espectáculo, vas a disfrutar. Yo me encargo de todo. Ya has hecho mucho con elegir el mío en ese maremagnum de libros.
Me esfuerzo mucho porque mis libros tenían una apariencia simple, pero soy profesor de literatura y creo que se nota. Si alguien busca complejidad, la encuentra, pero si no la busca, no importa, yo le doy un regalo entretenido, le hago un truco de magia.