Por: Esthela Girón
Estamos en un restaurante cuando, en la mesa de al lado, empiezan los meseros del lugar a cantar las Mañanitas, llevando una rebanada de pastel con una velita encendida al agasajado cumpleañero. El primero con cara de sorpresa (como si no lo supiera …ajá) y es él, quien después del placer culposo, la apaga, todos aplauden y continúa el festejo. Y me pregunto: ¿cuántas tradiciones hacemos por costumbre, sin saber de dónde provienen?
Foto: Melodia |
El festejo de cumpleaños tradicional, como lo conocemos ahora, se origina de algunas creencias paganas de la Antigüedad, pues involucraba magia y espíritus.
En ese entonces, y según la costumbre cristiana, se creía que veníamos a esta tierra a sufrir, por lo que celebrar nuestra llegada al mundo no era opción.
Los faraones egipcios fueron los primeros en conmemorar los cumpleaños, ofreciendo una gran fiesta para sus súbditos y sirvientes; la gente común no era digna de una celebración propia. También los emperadores romanos hacían grandes festejos en su propio honor, pues se consideraban igual de importantes que sus dioses.
Por otra parte, los griegos creían que toda persona nacía con un espíritu protector –ángel de la guarda– que lo cuidaba toda la vida hasta el momento de morir; para ayudar a este protector a cuidar al cumpleañero en su nuevo año de vida, ofrecían en sacrificio pasteles de miel, redondos como la luna con un gran cirio central, a Artemisa, diosa de este satélite, quien podía quitarles la vida con una flecha dado su espíritu cazador. Además, creían que el en el día de su cumpleaños, la persona estaba vulnerable a que los malos espíritus se lo llevasen, por lo cual, el fuego del cirio junto con la compañía bien intencionada de sus seres queridos, protegerían al festejado en ese momento tan delicado y frágil.
No fue sino hasta el siglo IV d.C. que el cristianismo calculó la fecha del nacimiento de Cristo, con esto cedió la celebración de su aniversario cada año, en la fiesta que todos conocemos como la Navidad. Matemática que da luz verde, para que, ya sin pecado alguno, la gente común celebrase su cumpleaños.