Con el anuncio del macroajuste en Pemex por 100 mil millones de pesos, las oportunidades de que la petrolera mexicana se convierta en una empresa productiva de verdad se ven hoy como algo no sólo posible… sino inevitable, en este ambiente petroprecios a la baja.
La noticia del ajuste me ha llevado, de manera inconsciente, a relacionarlo con dos hechos que hoy representan una probabilidad no remota de que nuestro país enfrente escenarios cada vez más complejos en su conducción económica y política.
Por un lado, estaría la experiencia amarga y dramática de Venezuela, que en su afán por proclamar y consolidar el socialismo del siglo XXI, llevó a sus gobernantes a sumir al país en una crisistotal, sin precedentes en la historia del país sudamericano.
El populismo que engendró el manejo irresponsable de la riqueza petrolera venezolana se convirtió en un medio para tiranizar a la población y, a través de dádivas de toda índole, olvidó un factor fundamental: la riqueza, primero hay que generarla con trabajo productivo y eficiente; es entonces cuando se puede proceder a repartirla entre los más necesitados. Y esto no en forma de dádivas condicionadas, sino de trabajo esforzado y productivo.
En Venezuela, el proceso fue al revés: la riqueza estaba ahí, tan sólo había que explotarla y colocarla en los mercados internaciones a precios de más de 100 dólares el barril. La política de expropiaciones y el control de la inmensa suma de ingresos petroleros le dio al gobierno las armas para cooptar a la población, reduciéndola a convertirse en receptores pasivos de los programas gubernamentales, a aceptar lo que el gobierno les ofrecía y a cancelar seriamente el ejercicio de su libertad, el bien más preciado que una persona puede llegar a tener.
Y todo esto, sin considerar la inmensa cantidad de subsidios que la República Bolivariana otorgó de manera gratuita a otros países, en detrimento de su economía y de su población. El costo económico y político de dichas medidas fue muy alto en términos de estabilidad política y macroeconómica.
En segundo lugar, estaría la tentación populista que hoy vemos en el horizonte político de nuestro país… Quizás, la limitación severa de los ingresos petroleros del Estado no le pueda dar a los populistas el respaldo económico para afianzar un programa político basado en dádivas condicionadas.
Por ese lado, las circunstancias económicas globales favorecen una disminución nada despreciable de un botín que, en manos inexpertas e irresponsables, llevaría a México a desandar mucho, si no es que todo, lo que lleva andado en términos de apertura democrática y libre expresión.
La coyuntura nacional e internacional confluye entonces favorablemente para que el populismo sea atajado de raíz en los próximos comicios presidenciales. En este sentido, preveo que la elección del 2018 no será entre partidos que disputan la presidencia, sino entre dos grupos claros de contendientes: los que en alianza pragmática se unan para atajar lo que siempre se ha considerado un peligro para México: el populismo. Y los que pretenden dilapidar irresponsablemente la riqueza nacional.