Tori llegó durante la pandemia. Tras nuestra partida a Holanda, Miri, mi hija, se había quedado viviendo sola en Barcelona. Poco después los confinaron. Como para todos, para ella fueron un golpe la soledad y el encierro. ¿Por qué no te haces de un gato?, se me ocurrió decirle. En el edificio donde vivía no admitían mascotas, pero ¿quién se daría cuenta?
Miri fue a buscar en varios refugios para animales, y por fin en uno, una gatita blanca de ojos azules, que no abandonaba nunca su escondite, salió para husmearla y se dejó acariciar. Fue la señal. Miri se la llevó a casa y la bautizó como Victoria. Le decimos Tori.
Tori ya tenía dos años de vida y había sido una gatita maltratada. La habían encontrado moribunda en el piso de un hombre que se fue y la dejó allí encerrada sin comida ni bebida. Luego la recibió una familia que al parecer le pegaba y la devolvió porque se orinaba en los muebles.
Varias veces Miri me dijo sollozando que quería devolverla. No aguantaba más. La gata se orinaba sobre el sofá y las camas y había que cambiarlo todo. Pero luego se arrepentía. Las dos comenzaban a quererse. Miri ideó poner plástico sobre los colchones y el sofá y hallar una lavandería donde pudiera lavar los edredones cuando la gata los mojaba.
A mí me parecía un animal maravilloso y una excelente compañía para mi hija. Nos fuimos familiarizando con ella cada vez que llegábamos a Gracia a pasar un par de semanas en España. Sin embargo, a mí me entristecía que Tori no salía nunca del departamento. Siempre estaba allí esperando que Miri llegara de la universidad o de sus salidas cuando acabó la crisis sanitaria. Yo fantaseaba con comprar una cangurera especial y sacarla a pasear por las calles.
Ocurrió entonces que decidimos dejar Holanda y regresar a España. Compramos la casa y nos mudamos con todo y Tori. La casa tiene un jardín bastante grande y el perímetro está bardeado con una malla. Temíamos que la gata se fuera en cuanto la dejáramos salir de la casa, pero no teníamos opción. No podíamos tener la puerta permanentemente cerrada, y menos en agosto.
Fue muy conmovedora la primera vez que salió al jardín. Se detuvo en el umbral de la puerta un rato mirando hacia afuera. Luego se aventuró despacio, con mucha precaución. Llevaba por lo menos cinco años sin salir de casa. Pasó días olfateando todo. Yo creí que con el larguísimo encierro se le habrían atrofiado los músculos. Cuál sería mi sorpresa al verla saltar desde la ventana del comedor, subir por la barbacoa, los árboles y las grandes piedras del jardín, y luego bajar, como si lo hiciera a diario.
En general vive sus aventuras por la tarde noche, pero sigue siendo una gatita de casa. Pasa la mayor parte del tiempo sobre el enorme sofá de la sala, que ha colonizado, el sofá del cuarto de televisión, o la cama de Miri, dormitando. Cuando considera que es hora de que me dedique a ella, viene adonde estoy y me lanza un maullidito agudo, casi inaudible. Entonces la sigo a sus lugares preferidos y me dedico a acariciarla.
Han pasado casi dos meses y medio desde que llegamos aquí y no parece tener intención de irse ni de suicidarse, y eso nos tiene muy tranquilos. Tori es feliz y nos hace muy felices. Es la reina de la casa.