El hambre  como medio de control institucional

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francisco rodriguez

Los acontecimientos históricos más importantes, las revoluciones de contenido progresista enarbolaron la aspiración de las sociedades para transitar del atraso al progreso. Las legislaciones modernas también recogen la aspiración de las masas para abandonar la pobreza y el hambre en aras de un futuro mejor.

Por lo menos en Occidente, todos los gobiernos aspiran o prometen alcanzar tan loable cometido. Sin embargo, ningún gobierno sensato en el mundo querría erradicar definitivamente la pobreza, ya que la abundancia terminaría con la obediencia y la sumisión que se sustentan en la administración de la pobreza, entendida como el medio de que se vale el Poder Público para mantenerse vigente.

En efecto, cuando el Estado se limita a satisfacer mínimamente las necesidades básicas de su pueblo, genera en éste el agradecimiento más elevado que se pudiera recibir. El príncipe, como decía Maquiavelo, reparte migajas de esperanza como el sacerdote reparte raciones de perdón a sus feligreses.

En otros tiempos ya lejanos, la obediencia y la sumisión eran arrebatadas por la fuerza y la violencia. Pero en la actualidad, el uso de la fuerza resulta innecesaria para controlar a toda una sociedad. Es suficiente administrar las necesidades de los súbditos para ganar su confianza y obtener la más sincera sumisión de la gente.

Cualquiera que sea la forma de gobierno, incluso si se trata de un régimen tiránico, la pobreza bien administrada siempre será una fuente inagotable de obediencia y sumisión, pues sin pobreza no habría nada que se pudiera prometer a la gente; sin promesas, no habría gobierno exitoso en ninguna parte del mundo. Así de sencillo es el asunto.

Nadie piensa mientras come. Un pueblo comido y agradecido por las raciones que recibe de su gobierno benefactor, siempre genera dependencia en favor del Estado. La mera amenaza, por ejemplo, de retirar apoyos o programas sociales es suficiente para recordarle a la gente que el hambre es el peor de los males que no podría resistir sin la beneficencia oficial, sin su divino benefactor. Un pueblo cuya pobreza es sostenida por el Poder Público nunca se revelará contra quien le da de comer, pues “el hombre soporta cualquier esclavitud, si se le permite amarla”.

Todas estas circunstancias generan el triángulo político perfecto: un pueblo agradecido, un gobierno demagógico necesario y la pobreza sutilmente administrada.

Si el gobierno mantiene la necesidad viva, nunca logrará la libertad de sus gobernados, pero tampoco los matará de hambre. De esa manera, el hambre se domestica para controlar a las sociedades sin liberarlas por completo. Como expresamos en líneas anteriores: nadie piensa mientras come.

Las guerras y las invasiones como las conocimos en nuestras clases de Historia han caído en desuso, incluso, resultan obsoletas ante las nuevas formas de dominación social: la pobreza bien administrada, la información controlada, la ausencia de reflexión frente a las opiniones de inexpertos (influencers), por mencionar algunas. Tiempo al tiempo.