Aprendí a luchar como una fiera por mi vida

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Mujeres que inspiran 2

El 7 de agosto de 1993, Marta Magaña iba con Heri, su marido desde hacía tres años, hacia Palamós, en la Costa Brava de España, cuando se reventó una llanta de la moto y ambos cayeron.

Como resultado de las lesiones craneoencefálicas que ella sufrió, permaneció un mes en coma en el hospital. El equipo médico consiguió salvarle la vida pero quedó postrada en cama, con alimentación artificial y lo peor: no reconocía a la familia ni comprendía lo que ocurría a su alrededor.

Pasó meses en el Instituto Guttmann de Barcelona rehabilitando su cuerpo y su mente, pero el pronóstico médico era que el estado en el que se encontraba el paciente luego de dos años del accidente era el tope de su recuperación.

“Era una locura mi obsesión, nunca he trabajado tan a conciencia como en aquellos dos años. Mi vida era un esquema diario de trabajo… Por eso no podía desperdiciar tiempo enojándome o deprimiéndome. Sabía que nunca podría tener una vida normal pero quería arreglarla lo mejor posible.”

Heri no la dejaba de día ni de noche, y como coach deportivo que es, le exigía mucho. Al fin logró levantarse de la silla de ruedas y tras un trabajo exhaustivo de muchísimo tiempo, aprendió a andar dando órdenes a sus piernas a cada paso.

Cuando la dieron de alta en el Instituto Guttmann, Marta se sintió perdida y pidió ayuda a varias sicólogas con quienes siguió trabajando por su cuenta.
No quería vivir así, no recordaba nada de su vida ni podía seguir una conversación porque perdía el hilo de todo.

Fueron cinco años en que trabajó sin descanso hasta que en 1998 los doctores le aconsejaron a Heri que tener un hijo le ayudaría a Marta a disminuir su obsesión en su recuperación. En ese momento ya estaba mucho mejor física y mentalmente.
Cuando Marc cumplió dos años, Marta sentía que su memoria estaba mejor, ya retenía más y su día a día era más llevadero, pero no podía recordar su pasado y aún tenía fugas de memoria.

“No quería que al crecer mi hijo sufriera al ver así a su madre, así que me propuse recuperar la memoria como fuera. Nunca quise pedirle ayuda a mi marido para recordar mi pasado. Eso no me servía de nada. No me solucionaba mi problema y consideraba que ya tenía suficiente con vivir conmigo.”

Con el tiempo se le ocurrió escribir qué era lo que recordaba de su vida pero no llegó nada a su mente. Pidió ayuda a la amiga con la que había trabajado en las olimpiadas y a la familia que la había recibido en Inglaterra cuando fue a estudiar inglés, dos episodios magníficos de su vida que no se resignaba a perder. De inmediato le llegaron correos y correos electrónicos con anécdotas que Marta leía ávidamente. Para su sorpresa, al cabo de unos días llegaron los recuerdos, pero de la misma manera como aparecían se iban. Y vuelta el llanto. Cuando Marc tenía diez años le vino la idea de escribir un libro sobre lo que había ocurrido.

“Pensé que tal vez ayudaría a la gente que tiene este problema. Al final la escritura resultó sanadora, el dolor ya no está. Puedo decir que durante este proceso de veinticinco años aprendí a valorar y aceptar sin dejar de trabajar para mejorar. He entendido que preocuparse por lo que quizá pase mañana es absurdo. Cada instante que vivo es mañana, es hoy, es ayer. Yo disfruto de la vida aunque no sea de la misma manera y creo que estoy más capacitada para apreciar y vivir instantes sencillos con más intensidad que antes.”