LISBOA

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En diciembre viajé con la familia a Portugal. Hacía treinta años que no lo visitaba y fue una deliciosa sorpresa redescubrir Lisboa, sus calles con edificios viejos y hasta maltratados, pero llenas de vida. Sus cafés y plazas con sabor a fiesta, sus barrios encantadores, la avenida Liberdade que recorrimos de lado a lado y su gente cálida, orgullosos de ser portugueses, satisfechos con su presidente y lo que han logrado.

A continuación comparto un par de instantáneas de ese viaje:

Cuatro

Salimos del restaurante en donde desayunamos cerca de la catedral de Lisboa y nos dirigimos a la Alfama a visitar sus callejuelas. Abrimos los paraguas, pues llovizna; las banquetas son tan estrechas que venimos Gustavo adelante, pues es quien guía, y yo atrás. De pronto veo que se enconcha. No entiendo. Cuando se endereza sobándose la entrepierna me doy cuenta de que ha chocado contra un postecito de unos ochenta centímetros de alto que está allí a medio camino sin objetivo discernible. Me da tanta risa que apenas puedo avanzar. En eso se desata una ventisca que me voltea el paraguas y quedo empapada. Dejo de reír.

Cinco

Entramos emocionados a la librería Ler divagar (Leer despacio), considerada como una de las más bellas del mundo. Al llegar, se abre ante uno la vista de dos pisos de estantes llenos de libros de piso a techo. De arriba cuelga una bicicleta tripulada por una chica de cartón a quien le vuela la bufanda.

Nos volvemos locos; cada quien va por su lado. Yo subo hasta el tercer piso leyendo lomos y contraportadas y descubriendo los juguetes y mecanismos ideados por el dueño, quien los explica para deleite de quienes quieren escucharlo.

Desde arriba veo a Gustavo hablar con la dueña, a Orlando escuchar al dueño, yo oigo al acordeonista que toca deliciosa música francesa en un aparador que lo convierte en una especie de autómata y no hallo a Miri. Me doy a la tarea de buscarla.

En el fondo de la librería hay un pequeño auditorio en donde presentan un libro; me asomo, veo que frente al escritor, que dicta la conferencia, el público se reduce a dos adultos y un niño. La peor pesadilla de un autor: que nadie acuda a la presentación de su libro. Siento lástima, el presentador me invita a pasar, yo declino educadamente y salgo. Todavía alcanzo a pensar: a quién se le ocurre traer a niños pequeños a estos eventos.

Queremos irnos y Miri sigue sin aparecer. Después de un rato al fin se une al grupo. Gustavo paga los libros que compramos y estamos por salir.

-¡En donde te metiste, gatito!

-Estaba en la presentación. Me invitaron a entrar y no pude decir que no. Me aventé la presentación completa del libro, ¡que era de cocina!, ¡en portugués! Y al final lo peor: me hicieron preguntas. Hasta taquicardia me dio. ¿Por qué no entraste, mai? ¡Me habrías salvado!

-¿Tú estabas allí?, ¡yo sólo vi un par de señores y a un niño!

-Era yo -me dice con los ojos muy abiertos y haciendo un puchero