2030 Y LA AGENDA DEL TRANSHUMANISMO

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Hace solo dos años, la corredora de bienes raíces que nos traía a visitar la casa en la que ahora vivimos, me mostraba desde el asiento de adelante -donde ella venía- cómo una app llamada ChatGPT le redactaba un contrato en segundos con solo darle las instrucciones pertinentes. Yo no entendía ni de qué se trataba ni para qué podría servirme eso a mí. Hoy lo uso todos los días porque me ahorra el tiempo que ocupaba para investigar sobre los temas que trato.  Pero he descubierto que no sirve para el quehacer literario. Es cursi y tiene un estilo lleno de adjetivos muy identificable. Pero eso es ahora. No me imagino las mejoras que le harán en un par de años o qué cosa lanzarán al mercado.  

El avance tecnológico está yendo tan rápido como nunca lo imaginamos. El Foro Económico Mundial de Davos considera a la tecnología un motor clave para el crecimiento, la competitividad y el desarrollo. Ha propuesto la Agenda 2030. ¿Qué es? Un intento más para cambiar el mundo. Pero eso no es nada nuevo, lo nuevo es que por primera vez proponen cambiarnos a nosotros. El objetivo pareciera ser colocar al mundo bajo la sombrilla de una interfaz digital dirigida por IA.

Los techies habían previsto que la singularidad –es decir el momento en que sería imposible distinguir entre un robot y un hombre-, llegaría en 2045. No obstante, Ray Kerszswhile afirma que se alcanzará entre 2032 y 2035. Entonces formaremos parte del internet de las cosas. No es que nuestros cuerpos se conectarán al Internet, sino que nosotros seremos el Internet. Y eso lo prueba el avance de la neurotecnología. Ya hay implantes que permiten escribir con la mente, prótesis robóticas que responden a actividad neuronal, etc. Meta, Apple, Neuralink, OpenBCI, Valve están desarrollando lectura de intención, sistemas de control mental para interfaces y mapas neuronales para personalización. Esto puede tener un uso muy positivo para medicina, movilidad, entretenimiento, pero también tiene sus riesgos. Por ejemplo: manipulación cognitiva indirecta; filtración de datos neuronales  (un casco BCI de consumo podría registrar los patrones sin permiso); interfaces que detectarían qué estímulos aumentan o disminuyen la atención para utilizarlo después quién sabe cómo; vigilancia biométrica avanzada (estados mentales que podrían usar los empleadores, gobiernos o plataformas). Nada de eso lee pensamientos complejos ni controla voluntades hasta ahora, pero se acerca peligrosamente a zonas donde la privacidad mental podría comprometerse, porque la mente humana no está protegida legalmente. El peligro es tan real, que ha surgido un movimiento académico, ético y social en torno a lo que se denomina neurorights, es decir a la privacidad mental, integridad cognitiva y libertad de pensamiento.

Algunos, como Gregg Braden, opinan que lo que pretenden es fusionar el mundo natural con el digital y el biológico en un complejo digital masivo dirigido por inteligencia artificial. Todo en 2030. La mercadotecnia es: esto hará nuestra vida más sencilla y más segura con menos estrés y preocupación. Ese es el gancho. En algunas partes del Norte de Europa están siendo bien aceptados los chips RFID (identificación por radio frecuencia) bajo la piel, por ejemplo, para acceder a los sitios de trabajo, a las cuentas de banco, a espectáculos, hasta para abrir autos y arrancarlos.

Desde Argentina hasta Alemania miles de personas se están implantando voluntariamente microchips. Esta pequeña operación puede salir desde treinta hasta trescientos euros. Incluso hay fiestas de implantes que reúnen a quienes deciden modificar sus cuerpos con implantes caseros. Ellos lo consideran el siguiente nivel en la evolución humana. Para Braden es más bien el siguiente paso en la involución. “Cuando reemplazamos nuestra biología con sintéticos, suprimimos el ADN. Cuando operamos con componentes artificiales en el cuerpo o cuando nuestras habilidades cognitivas son reemplazadas por la IA, comenzamos a perderlas porque se atrofian. Somos sistemas biológicos basados en la máxima de: o lo usas o lo pierdes (use it or lose it).

En febrero de este año, la Universidad de Toronto publicó un estudio que muestra que el uso repetido de “large language models” (modelos lingüísticos de gran tamaño, LLM, como los que usan muchas IA) para tareas creativas puede reducir la capacidad de los usuarios para generar ideas propias variadas e innovadoras. El estudio muestra que el uso excesivo suprime la habilidad para imaginar y crear. Y cuando los grupos usan IA con demasiada frecuencia para realizar su trabajo creativo, sus ideas se vuelven homogéneas, sin posibilidad de innovación. Es lógico, entonces, pensar que si existe este estudio es porque están apareciendo ya estas consecuencias, a pesar de que esta tecnología no tiene tanto tiempo ni ha llegado al grado de sofisticación al que se espera que llegará.

Una de las consecuencias de todo este desarrollo podría ser la polarización, la Tierra dividida. Por un lado estarían los partidarios del uso irrestricto de la tecnología para mejorar sus vidas, los que están dispuestos a sumergirse en ella utilizándola en sus casas, sus actividades y hasta en su cuerpo. Y, por el otro, los que elijan utilizarla de manera selectiva y se enfoquen en otro tipo de cambios para mejorar sus vidas, como serían dejar las ciudades por el campo, sacar a sus hijos de las escuelas, producir la propia comida y volverse capaces de sanarse a sí mismos. Lo terrible es que hay ya tantos intereses involucrados aquí, que el peso de gobiernos y plataformas caerá sobre los que no deseen modificarse. Como sucedió durante la emergencia sanitaria con quienes no quisieron ponerse la vacuna. Y no faltan más que cinco años. Nada.

No cabe duda de que el mundo se vuelve cada vez más interesante.