

Uno de los más grandes estadistas de la historia, Pericles, que inspiró e impulsó la democracia directa durante el período conocido como la Época de Oro de Atenas, decía que “no podemos predecir el futuro, pero podemos prepararnos para él”. Anticipar el futuro no siempre es un acto de adivinación; en un mundo tan volátil y fragmentado como el que vivimos en la actualidad, es fundamental saber leer antes que nadie las señales que nos indican cambios o impactos y que otros pueden pasar por alto, ya sea por desconocimiento o exceso de confianza. Estas señales pueden ser, por ejemplo, tendencias tecnológicas emergentes, cambios sociales o nuevas dinámicas económicas que, si se detectan a tiempo, permiten tomar decisiones más informadas y reducir la exposición al riesgo.
Los informes más recientes (FMI, WEF, BCE, OCDE y Banco Mundial) de cara a al año 2026 convergen en un escenario de crecimiento moderado, incertidumbre geopolítica y costes financieros todavía elevados y por eso todas estas instituciones coinciden en que las empresas deberán prepararse para un entorno cambiante y con riesgos más frecuentes.
En estos momentos. las empresas están preparando o han aprobado sus presupuestos, previsiones y estimaciones de cara al año siguiente y además de sus análisis internos sobre precios, márgenes, ventas, operaciones, equipos o inversiones, necesitan contemplar una serie de impactos externos que pueden afectar a esas decisiones empresariales.
Y nadie tiene una bola de cristal, que permita ver el futuro inmediato, en tiempos tan convulsos como los que vivimos en la actualidad.
Los pronósticos más recientes del FMI y del Banco Mundial apuntan a un crecimiento mundial moderado (entorno 3–3.3% en 2025–2026) y a una recuperación muy lenta hacia 2027, con diferencias notables entre economías avanzadas y emergentes. Esto implica demanda global contenida y márgenes de crecimiento reducidos para empresas exportadoras y sectores cíclicos. Por ejemplo, la demanda de automóviles suele disminuir en periodos de crecimiento económico limitado, ya que los consumidores retrasan la compra de vehículos nuevos. A priori, estas previsiones económicas afectan a las empresas con menos demanda, más competencia y necesidad de ser más eficientes. Es decir, se reducen las oportunidades de expansión, se eleva la competencia en mercados locales y hace más crítico el control de costes y la innovación en modelos de negocio.
Los boletines y proyecciones del BCE muestran que, aunque la inflación tiende a moderarse hacia 2026, existe riesgo de inflación persistente en algunos subsectores y regiones por cuellos de botella, salarios y choques energéticos. Al mismo tiempo, la normalización monetaria (tipos aún altos en varios bancos centrales) puede mantenerse por más tiempo del esperado, encareciendo el crédito y aumentando costes financieros.
Aunque la inflación sigue reduciéndose, puede mantenerse por encima de lo que los bancos centrales desean, debido a los salarios más altos y a la subida de los precios de la energía y de los costes logísticos. El impacto sobre las empresas de esta inflación no contenida supondrá una financiación más cara, decisiones de inversión más cuidadosas y presión sobre la rentabilidad.
En cuanto a la deuda pública y los impactos fiscales, el FMI advierte que la deuda pública global está volviendo a niveles cercanos o superiores a los de la pandemia, impulsada por déficits, mayores costes de servicio de la deuda y medidas fiscales para seguridad y defensa. Una consolidación fiscal desordenada o shocks económicos podrían elevar el coste del endeudamiento y crear riesgo de crisis financieras regionales. Como siempre las empresas son muy vulnerables a los ajustes fiscales, a subidas de impuestos y a la reducción del gasto público que impacta en la reducción de la inversión pública.
El elemento geopolítico es algo que cada vez hay que considerar como un factor clave en los presupuestos empresariales. Durante los años 90 y 00, la globalización y la liberalización comercial promovieron una mayor integración económica, mientras que hoy el auge del proteccionismo y las tensiones geopolíticas han revertido parcialmente esa tendencia. Hoy en día, el WEF identifica la fragmentación geopolítica (tensiones comerciales, sanciones, rivalidades tecnológicas) como un riesgo clave a corto y medio plazo. Las empresas afrontan mayor riesgo regulatorio, costes de reconfiguración de cadenas de suministro y exposición a sanciones o barreras no arancelarias. Uno de los mayores riesgos señalados por el WEF es la división del comercio internacional en bloques y se producen más sanciones, controles tecnológicos y rivalidades entre grandes potencias.
Las empresas se ven impactadas con cadenas de suministro más frágiles, un mayor coste de transporte y almacenamiento y la necesidad de tener (o buscar) proveedores alternativos más estables.
Con los tipos de interés altos y los mercados muy sensibles, existe riesgo de: bajadas bruscas en las bolsas y un aumento de la morosidad. Los bancos pequeños/medianos en países con crecimiento débil y deuda elevada pueden enfrentar tensiones que contagien a la economía real. Las empresas necesitan vigilar la liquidez y revisar los acuerdos de deuda para protegerse de los riesgos cambiarios y financieros.
Las nuevas regulaciones medioambientales, el clima extremo y los costes de energía y siguen siendo riesgos importantes. El impacto de estas medidas en las empresas es diferente según su tamaño, su localización y su especialización. Y tienen que vigilar sobre todo los gastos en adaptación, seguros, eficiencia energética y cumplimiento normativo. Este último impacto, el cumplimiento normativo, supone un esfuerzo para las empresas, sobre todo las pymes, pues no tienen la capacidad ni la rapidez necesaria para adaptarse al cambio constante en la normativa respecto al medio ambiente.
Por último, el avance rápido de la inteligencia artificial genera oportunidades de productividad, pero también ciberataques, necesidad de nuevas habilidades, cambios regulatorios y desajustes en el empleo, si este avance no se acompasa con políticas y gobernanza. Las empresas tendrán que incluir en sus presupuestos partidas considerables que incluyan una inversión obligatoria en seguridad digital, formación del personal y gobernanza tecnológica.
Para los empresarios y directivos que estos días están elaborando, construyendo o aprobando presupuestos les envío mis recomendaciones:
1.- Refuerzo de liquidez y pruebas de estrés ante escenarios de tipos altos y caída de demanda: lo que se llama vulgarmente “tener caja disponible “por si vienen malas.
2.- Reconfiguración de cadenas de suministro: diversificación y stock estratégico. Cuidar las operaciones y los stocks para no sobre financiarse
3.- Gobernanza avanzada de riesgos geopolíticos (inteligencia regulatoria y plan de contingencia): en términos sencillos, elaborar un Plan A, un Plan B, un Plan C e incluso el Plan que nunca se puede producir…por si acaso-
4.-Inversiones selectivas en IA y digitalización, priorizando seguridad y eficiencia. En lenguaje más popular, invertir en IA y en digitalización, pero sin perder la cabeza. No necesitamos tener la mejor IA del mundo.
5.-Gestión activa del riesgo climático, tanto físico como regulatorio. Debemos considerar el riesgo del clima e incorporarlo a nuestras decisiones, pero sabiendo quienes somos. Si soy una pyme a lo mejor no puedo convertirme en una empresa totalmente verde, porque no tengo capacidad económica ni operativa para serlo.7.-Optimización fiscal y financiera ante posibles cambios regulatorios y fiscales. Los gobiernos siempre van a querer más impuestos, máxime en estos momentos populistas que vivimos.
6.-Optimización fiscal y financiera ante posibles cambios regulatorios y fiscales. Los gobiernos siempre van a querer más impuestos, máxime en estos momentos populistas que vivimos.