
Por: Maira Yuritzi Becerril Tinoco
El marco de acción de Dakar, establecido en 2000, se propuso como objetivo garantizar que todos los niños, niñas y adultos tuvieran acceso a una educación básica de calidad. Aunque se lograron algunos avances, también se enfrentaron fracasos significativos que han dejado lecciones importantes para la educación.
De acuerdo con el documento editado en el año 2000, uno de los logros fue la creciente conciencia sobre la relación entre la pobreza y la educación. Se evidenció la relación entre la matrícula y la retención escolar, a su vez impactadas por las condiciones socioeconómicas desfavorables. A pesar de estos avances, muchos gobiernos y organizaciones se concentraron en las poblaciones más accesibles, dejando de lado a los grupos excluidos por razones sociales, económicas o geográficas, precisa el documento. Por ejemplo, un dato a considerar es que el 60% de las niñas en el mundo aún no tenían acceso a la enseñanza primaria hacia el año 2000 y la cifra no ha cambiado mucho 25 años después.
El enfoque de Dakar subrayó la necesidad de atender a los más desfavorecidos mediante estrategias tanto formales como no formales. Se reconoció que los niños que trabajan, los que viven en zonas remotas, las minorías étnicas y lingüísticas, y los afectados por conflictos o problemas de salud, son quienes más necesitan atención. Sin embargo, a la luz del tiempo se observa que la falta de capacidad institucional y las debilidades políticas han obstaculizado a muchos gobiernos en su intento de abordar estas necesidades.
El programa Educación para Todos evolucionó hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que enfatizan tanto la matrícula universal, como la calidad educativa. Se ha reconocido que para lograr resultados satisfactorios en el aprendizaje, es crucial crear un ambiente seguro y protector para los estudiantes. En este asunto, la discriminación de género sigue siendo un obstáculo persistente, lo que resalta la necesidad de un compromiso renovado hacia la equidad.
También se destaca que la participación activa de la sociedad civil, incluidos educandos, docentes y comunidades, es fundamental para que los gobiernos se comprometan con la educación. En este sentido, las escuelas deberían ser vistas como santuarios que promueven el aprendizaje y protegen a las infancias, y que ponen en marcha estrategias creativas para atraer y retener a buenos educadores.
En este punto cabe hacer una importante reflexión. Uno de los grandes retos actuales es el cuidado de las infancias, sin embargo vemos que a menudo se encuentran en ambientes inseguros, incluso en el ámbito escolar. Recientemente, se ha reportado un caso preocupante de una niña de 8 años víctima de una agresión sexual dentro de su propia escuela, evidenciando la falta de intervención adecuada por parte de las autoridades. Por otro lado, la violencia escolar, como el bullying, ha tenido consecuencias trágicas en algunos casos. Estas situaciones resaltan la necesidad de establecer entornos educativos más seguros y protectores, donde todos los niños y niñas puedan aprender y desarrollarse sin temor.
En vista de lo anterior podemos concluir que, aunque el marco de Dakar logró crear conciencia y establecer principios importantes, aún queda mucho por hacer. La educación debe ser un derecho accesible para todos, y los ODS ofrecen un camino claro hacia un futuro más prometedor en términos educativos, pero que habría que practicar con mayor conciencia con vigilancia de la comunidad escolar. La transformación real requiere un compromiso colectivo.