La reconfiguración económica hacia Asia y los BRICS: un contrapeso emergente a Occidente

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El orden económico internacional ha experimentado transformaciones significativas desde la segunda mitad del siglo XX. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y Europa Occidental consolidaron su hegemonía a través de instituciones multilaterales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC), además de la centralidad del dólar como moneda de reserva internacional. Sin embargo, en las dos primeras décadas del siglo XXI, la dinámica del poder económico global se ha desplazado progresivamente hacia Asia y hacia agrupaciones de economías emergentes, particularmente el bloque de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).

Asia se ha consolidado como el núcleo de la actividad económica mundial. China, segunda potencia económica global, ha liderado la expansión en manufactura, tecnología avanzada y energías renovables. Su protagonismo en sectores estratégicos como la inteligencia artificial, la biotecnología y las telecomunicaciones subraya un cambio estructural en la distribución de la innovación global. India, con más de 1.400 millones de habitantes y una estructura demográfica favorable, ha emergido como un actor relevante en servicios digitales, farmacéuticos y energías limpias. La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) complementa este panorama al consolidarse como un polo de atracción para inversiones extranjeras directas, particularmente en manufactura y logística, en un contexto de relocalización de cadenas de suministro globales.

De acuerdo con las últimas proyecciones del FMI, Asia representará aproximadamente el 50% del crecimiento global en los próximos cinco años, lo que consolida la región como motor de la economía mundial.

El acrónimo BRICS, acuñado en 2001 por Goldman Sachs, se formalizó como bloque de cooperación en 2009. Originalmente integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, ha ampliado recientemente su membresía a países como Indonesia, Egipto, Irán, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos. Actualmente, el bloque ampliado representa: 40% de la población mundial, 36% del PIB global en términos de paridad de poder adquisitivo y un papel estratégico en la producción de energía, minerales críticos y alimentos.

Entre sus principales iniciativas destacan: el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD), que busca ofrecer financiación a países en desarrollo en condiciones alternativas a las del FMI y el Banco Mundial y los procesos de desdolarización parcial, promoviendo el uso de monedas locales en transacciones comerciales y explorando mecanismos de integración financiera basados en divisas digitales.

La expansión del bloque ha suscitado un debate académico sobre la configuración de un “orden multipolar” en el sistema internacional, en el cual los BRICS no sustituyen directamente a Occidente, pero sí erosionan su capacidad de influencia unipolar.

El fortalecimiento de Asia y de los BRICS genera implicaciones significativas para Occidente. Estados Unidos enfrenta el reto de preservar la centralidad del dólar, que, aunque sigue siendo la moneda dominante en reservas internacionales (aproximadamente 58%, según datos del FMI, 2023), empieza a experimentar un descenso paulatino en su cuota frente al euro, el yuan y otras divisas emergentes. La UE, por su parte, se encuentra en una posición ambivalente: por un lado, mantiene una relación estratégica con Washington y por otro, busca aprovechar las oportunidades de inversión y cooperación con Asia y los BRICS, especialmente en ámbitos de transición energética y digitalización. Europa se enfrenta así a la necesidad de redefinir su papel como actor autónomo en un sistema internacional cada vez más fragmentado.

España, como miembro de la Unión Europea y con vínculos históricos y culturales con América Latina, ocupa también una posición estratégica para desempeñar un papel de intermediario entre Occidente y los BRICS. Las empresas españolas en sectores como energía, infraestructuras y banca poseen ventajas competitivas para expandirse hacia Asia y reforzar su presencia en América Latina.

En cuanto a esta última región, Brasil constituye el principal representante en el bloque BRICS, mientras que países como Argentina, Chile y Bolivia adquieren relevancia por su potencial en la cadena de valor del litio. Esta riqueza de recursos estratégicos convierte a Latinoamérica en un espacio de creciente interés tanto para Occidente como para Asia.

El desplazamiento del poder económico global no solo afecta a los Estados, sino también al entorno empresarial. Hay varias oportunidades identificadas hasta el momento: una expansión hacia mercados con crecientes clases medias, como India, el Sudeste Asiático y América Latina; también acceso a recursos estratégicos, tales como el litio en América del Sur, el gas natural en Rusia y Oriente Medio, y la producción agrícola de Brasil y exploración de nuevas fuentes de financiación internacional, con menor dependencia de los organismos multilaterales tradicionales.

Pero también surgen riesgos potenciales de este desplazamiento del poder económico mundial. Hay una tremenda volatilidad geopolítica con escenarios complejos (conflictos en Ucrania, tensiones en el Mar del Sur de China, crisis en Oriente Medio). Hay inseguridad jurídica y marcos regulatorios poco predecibles en ciertos países emergentes. Y se produce una fragmentación del comercio global en bloques rivales, lo cual incrementa los costes de transacción y reduce la eficiencia de las cadenas de suministro.

México ocupa una posición singular en este contexto de reconfiguración. Como miembro del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), está profundamente integrado en la economía norteamericana, siendo el principal socio comercial de Estados Unidos desde 2023. Esta condición lo alinea con Occidente y con la centralidad del dólar en sus transacciones.

No obstante, México también se beneficia de tendencias que lo conectan indirectamente con Asia y los BRICS: las multinacionales estadounidenses, europeas y asiáticas han reubicado operaciones en México para aprovechar su proximidad geográfica a EE. UU., su mano de obra competitiva y su red de tratados de libre comercio. China es ya uno de los principales proveedores de bienes intermedios en México, lo que genera una dependencia creciente de la economía asiática y aunque México no es miembro formal, mantiene relaciones estratégicas con Brasil, China y Rusia en sectores como energía, agroindustria y telecomunicaciones.

El proceso de reconfiguración económica global hacia Asia y los BRICS marca una transición hacia un orden multipolar. Occidente ya no detenta un monopolio de poder económico, sino que debe adaptarse a un contexto de competencia y cooperación simultáneas. Para las empresas, este escenario exige una estrategia orientada a la diversificación de mercados, la gestión del riesgo geopolítico y la construcción de alianzas globales. Para los Estados, supone la necesidad de redefinir su política exterior y su participación en las instituciones multilaterales.

La cuestión central ya no es si Asia y los BRICS desplazarán a Occidente, sino cómo se articulará un sistema internacional en el que múltiples polos de poder económico coexistan e interactúen, redefiniendo las reglas de la globalización en el siglo XX.