Un verano

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Barcelana beach

La temperatura promedio de este verano en Barcelona ha sido de treinta grados, pero la elevada humedad hace que el cuerpo perciba más de treinta y cinco. El sudor no se evapora con facilidad, por lo cual se siente uno empapado, pero sin alivio, porque la ropa se pega a la piel. Y el aire se siente pesado, agota. En las calles estrechas sin brisa, la atmósfera es claustrofóbica.

Por eso me daba miedo ir a las playas. La sola idea de estar bajo ese sol, así fuera protegida por un parasol, me producía horror, pues el calor es un disparador de migraña. Entonces me escondía. No había fuerza humana que me sacara de mi casa antes de las seis de la tarde. Por fortuna, las cosas cambiaron,

Durante el mes de agosto del año pasado, una circunstancia familiar nos obligó a ir a Calella a diario y un día, de vuelta, decidimos parar en la playa de Canet. Yo acepté porque eran las ocho y media de la mañana. A esa hora el calor no era tan intenso. Fue así como descubrí que era posible pasar un rato delicioso en el mar y luego volver a casa a hacer nuestra vida normal. 

Esto también fue posible porque mi relación con la migraña había cambiado. Desde 2010 consulté a cantidad de especialistas y ninguno me alivió, de modo que cada vez tomaba más pastillas, lo cual me angustiaba mucho. Durante nuestra estancia en Holanda durante la emergencia sanitaria del covid, toqué fondo. En mi desesperación, hice cita con un neurólogo esperanzada en que tal vez él me daría la pastilla mágica que me quitaría la migraña que ahora me atacaba a diario.

-No hay nada que pueda hacer por usted hasta que no deje de tomar analgésicos. Se ha convertido en una adicta, me dijo el doctor. Recuerdo la angustia que me causó ese diagnóstico, el miedo que sentí. Iba a tener que permitir que la migraña me atacara. ¡Quizá durante días!, porque no podría tomar nada. 

Mi terapeuta de aquel entonces me dio el golpe de gracia:

-Te aconsejo que aprovechemos que vas a dejar las pastillas para que hagas un ayuno de por lo menos cinco días en lo cuales solo tomarás agua.  Después reintroduciremos alimentos lentamente para detectar tus disparadores de migraña. 

Era tanto mi deseo de salir de la prisión del dolor, que me armé de valor y durante cinco días no comí. Al tercero se me declaró una migraña que duró tres días, durante los cuales tuve que aguantar sin tomar analgésicos. Me recuerdo tirada en el sillón sin energía, llena de náuseas, incapaz de soportar la luz y con ese pica hielo que es el dolor encajado en el cráneo. Se me quitó al quinto día, cuando terminó el ayuno y la migraña tardó en aparecer un mes, con lo cual pude desintoxicarme de analgésicos.

Fue un triunfo enorme. 

Luego, ya en España, hice una constelación familiar para descubrir el origen de la migraña. 

-Nunca te voy a dejar -advirtió la representante de la migraña.

-Pero ya no te tendré miedo -contestó mi representante.

Y así fue. Mi ingesta de pastillas disminuyó radicalmente. Y cuando brota la migraña a causa de los problemas que tengo en las cervicales, simplemente la dejo hasta que se va sola, tome los días que tome. He aprendido a escribir, salir, comer, dormir con migraña. Ya no le tengo miedo. 

Y como ya no le temo, ahora puedo ir al mar. Y muchas playas del Maresme catalán están a treinta minutos de casa. Es tan fácil llegar, que durante el mes de agosto hemos estado yendo casi cada día. No puedo explicar el gozo que me produce meterme al agua tibia del Mediterráneo una hora y luego salir con los dedos como pasas para volver después, mientras Gustavo se tuesta o, diría yo, se fríe al sol, lo cual es su pasión. La cereza del pastel del verano son las Perseidas, una lluvia de meteoros que pude ver el año pasado tumbada en un camastro en el jardín disfrutando la excelente temperatura de la media noche, y que esperamos este año del 11 al 12 de agosto.