

“Hay allí un río que fluye muy rápido.
Es tan grande y tan raudo que asustará a algunos.
Tratarán de aferrarse a la orilla.
Sentirán que son destrozados y sufrirán mucho.
Sepan que el río tiene un destino.
Los mayores dicen que debemos soltar la orilla
y deslizarnos hacia el centro del río,
manteniendo abierto los ojos y las cabezas por encima del agua.
Vean quién está allí con ustedes y celebren.
A esta altura de la historia, no tomaremos nada como personal,
y mucho menos a nosotros mismos,
pues en el momento en que lo hacemos
nuestro crecimiento y viaje espiritual se detienen.
La época del lobo solitario concluyó.
¡Reúnanse!
Cancelen la palabra combate en su actitud y vocabulario.
Todo lo que hagan desde ahora debe hacerse de modo sagrado y celebrando.
Somos la gente que estábamos esperando”.
Nación Hopi – Oraibi, Arizona
Este mensaje de los hopis, que presentó Pablo Flores en la conferencia que dio aquí en Barcelona el sábado 5 de julio, me conmovió y me ha hecho reflexionar en tantas cosas. El río del que se habla aquí, añadiendo que fluye muy rápido, desde luego es la vida. Y me parece a mí que nuestra percepción de rapidez está asociada hoy a los cambios en los que estamos inmersos.
Marzo de 2020 fue el banderazo de salida. Estoy convencida de que los tres años de emergencia sanitaria “sirvieron” como diagnóstico de lo que, a nivel mundial e individual, no funcionaba ya. Fue como si de golpe nos hubieran arrancado el velo de los ojos obligándonos a ver que las maneras como nos habíamos organizado -y que en algún momento sirvieron- ahora las conservábamos con todo el daño que nos hacían por miedo al cambio.
Y eso fue justamente lo que surgió: una gran necesidad de cambio. A nivel político, social y personal. Pero dejar lo que teníamos, aunque nos perjudicaba, asustó, y muchos trataron de aferrarse a la orilla. De decir: no quiero romper con esto o salirme de aquí aunque me hace sufrir, porque, si lo hago, sufriré más. Y esa fue una causa suprema de sufrimiento.
Los mayores dicen que debemos soltar la orilla y deslizarnos al centro del río… y tanta gente dejó sus trabajos, se divorció, comenzó a reestructurar su manera de vivir en pareja, la relación con sus hijos, con su cuerpo. Manteniendo abiertos los ojos y las cabezas por encima del agua. Sucedieron una y otra cosa que nos pusieron enfrente esos mecanismos que echamos a andar cuando éramos pequeños para defendernos pero que ahora nos lastraban: el control, el juicio, la soberbia, la culpa, el sentido de inferioridad, de no merecimiento, etcétera. Apareció una urgencia por limpiar la mierda y quitarnos de allí. Inaugurar una versión nueva, más ligera y eficiente de nosotros, y abandonar la contaminada, la rota. Pero movernos hacia dónde. Muchos se quedaron con el destino en sus manos sin saber hacia dónde ir. Al fin habían dejado la profesión, el trabajo o la relación que los hacían profundamente infelices, pero no sabían qué hacer ahora. Y sostener el vacío y la incertidumbre fue muy duro.
Durante este proceso hubo personas que se fueron, otras que dejamos ir, otras más que decidieron quedarse con nosotros o que elegimos para que nos acompañaran. Y muchos celebramos porque la amistad, esa forma de familia, es un regalo inconmensurable.
Valía más no tomarnos las cosas personales, darnos cuenta de que nadie nos ataca. Cuando mucho proyectamos en los demás aquello que dentro de nosotros nos molesta tanto que desearíamos declararle la guerra -si no es que lo hemos venido haciendo desde hace años-. Y decidimos hacernos responsables de nuestras elecciones. Reconocer que estamos exactamente en donde nos hemos puesto nosotros. Nadie más. Solo nuestras decisiones.
Yo creo que aquello del lobo solitario fue una fantasía. Siempre necesitamos del otro, de ese reflejo de lo mejor de nosotros que nos sostiene y nos cuida, nos ama. Por eso, para reconocer el amor que somos, requerimos de la comunidad, y por eso se nos pide ¡reúnanse!
Y cancelen la palabra combate de su actitud y vocabulario. Porque en estos tiempos de guerra -que en realidad son los últimos coletazos de lo que queda de lo que fuimos y no es más que una manifestación del niño herido y enojado colectivo- nos conviene dejar de apuntar al de enfrente o al de al lado, dejar de cancelar a los demás y por el contrario dirigir el índice hacia nosotros mismos. ¿Por qué estaríamos cancelando a nadie si cada uno de nosotros cometemos pequeños crímenes a diario? El verdadero acuerdo de paz no es el que deberíamos estar esperando de parte de los gobiernos en guerra, sino el que podríamos hacer dentro de nosotros mismos. Porque si lo hiciéramos, no habría guerra. Es desde allí desde donde parte la paz, no desde el rearme para “defendernos” del otro con arsenales nucleares.
Todo lo que hagan desde ahora debe hacerse de modo sagrado y celebrando, porque, si cada uno de nosotros honráramos la luz que tenemos dentro, subiríamos al siguiente peldaño en donde, quizá, estén la alegría y la paz.
Y sí: somos la gente que estábamos esperando.