

El filósofo y sociólogo Herbert Marcuse escribió que la estructura del mundo moderno no opera como una prisión material, sino como todo un sistema que hizo suyas todas las contradicciones que se oponían a su vigencia. En tiempos modernos, las voces disidentes ya no son reprimidas, ni acalladas, sino incorporadas y, a veces, halagadas.
Luego de los regímenes totalitarios y represivos de siglos pasados, el apogeo de las democracias “modernas” recibe cualquier crítica, siempre que no sea capaz de desestabilizar el orden establecido. Las ideas revolucionarias, a diferencia del pasado, son consideradas como una mera manifestación cultural. La inconformidad, más que un signo de diferencia o amenaza, es una manifestación vacía que se toma de manera indiferente frente a la homogeneidad de nuestro sistema de libertad.
La cultura y el entretenimiento populares se han extendido tanto, y se han arraigado tan profundamente en las conciencias de las personas, que cualquier deseo puede ser satisfecho con algún producto que pueda ser consumido. Y es que la modernidad nos ahoga en un cúmulo de necesidades y aspiraciones “de carácter mediano” que buscamos solución con los que nos ofrezca la moda o la cultura generalizada. De esa manera, la estabilidad de nuestro sistema de libertad está garantizada porque nadie perseguirá a quien se conforme con lo hay en su entorno. Ese es uno de los principales fundamentos de nuestro sistema de libertad: el conformismo.
El placer y las soluciones inmediatas se convierten en la salida de cualquier aspiración o inconformidad porque nuestra libertad ha sido sutilmente domesticada, pues se nos da lo suficiente para no sentir la urgencia de buscar algo más o algo diferente. Esta estructura de control también actúa sobre las ideas.
La libertad entendida como valor o aspiración, actualmente ha sido incorporada a discursos mediáticos e institucionales, y reducida a estilos de vida previamente preestablecidos por el sistema. La igualdad también resulta la fachada de un discurso que perpetúa la naturaleza homogénea del común de las personas, incluyendo su forma de ser y sus ideas.
La tecnología también forma parte de este sistema de control, pues no se trata de máquinas, sino de una forma de organizar la vida de manera funcional y predecible. Nada hay que no se pueda encontrar en internet como solución a un problema cotidiano. Las soluciones que se presentan al común de las personas nos acostumbran a buscar salidas inmediatas. Todo lo tenemos al alcance de la mano.
Ante una libertad que todo lo iguala, debemos rescatar nuestro contacto con la vida sin filtro alguno; de esa manera advertiremos que muchas de las soluciones aceptadas no son más que argumentos frágiles, sostenidas por miedo y comodidad (conformismo). Esta luz nos abre el camino para recuperar nuestra capacidad de mirar el mundo sin velos, ni estímulos superficiales. Un ejercicio difícil, pero útil para retomar el verdadero camino a nuestra libertad. Vale la pena intentarlo.