
El uso de la atención plena —conocida también como mindfulness— se ha vuelto una práctica cada vez más común en la búsqueda de bienestar mental, especialmente como alternativa complementaria en el tratamiento de la ansiedad. Estudios recientes sugieren que su efectividad podría aumentar si se adapta a las características particulares de cada persona.
Esta técnica, que consiste en mantener la atención en el momento presente sin emitir juicios, ha sido objeto de múltiples investigaciones que destacan su impacto positivo en la salud emocional. Sin embargo, nuevos enfoques indican que no todas las personas experimentan la ansiedad de la misma manera, por lo que el tratamiento tampoco debería ser uniforme.
Científicos del área de neurociencias y psicología han comenzado a explorar esta diversidad. Uno de los planteamientos más recientes sugiere que la ansiedad, al manifestarse con diferentes síntomas —desde preocupaciones excesivas hasta reacciones físicas intensas—, podría responder mejor a prácticas específicas de meditación, en lugar de recurrir a una única metodología para todos los casos.
El eje central de esta propuesta es el fortalecimiento del control cognitivo, es decir, la capacidad del cerebro para regular pensamientos y conductas dirigidas a metas. Según los especialistas, cuando una persona se encuentra en un estado de ansiedad constante, este mecanismo puede verse comprometido debido a la sobrecarga mental provocada por las preocupaciones, lo que afecta la toma de decisiones y la capacidad de concentración.
Para quienes experimentan ansiedad con una fuerte carga de pensamientos repetitivos o anticipatorios, una estrategia útil podría ser la meditación de atención focalizada, la cual entrena la mente para regresar una y otra vez a un estímulo específico, como la respiración. Esta práctica ayuda a reducir la dispersión mental y crear una sensación de estabilidad.
En contraste, cuando los síntomas son principalmente físicos —como tensión muscular, taquicardia o sensación de ahogo—, puede resultar más eficaz el enfoque de monitoreo abierto, que consiste en observar de manera consciente y sin juicio todo lo que sucede en el cuerpo y en el entorno, permitiendo una relación más libre y menos reactiva con las sensaciones.
Los hallazgos son respaldados por estudios de neuroimagen que muestran cómo ciertas formas de meditación pueden modificar la actividad en regiones cerebrales asociadas al autocontrol y la regulación emocional. Además, fortaleciendo el control cognitivo, se puede interrumpir el ciclo de pensamientos negativos que alimentan la ansiedad.
Más allá de los laboratorios, estas prácticas han comenzado a difundirse ampliamente en espacios educativos, laborales y comunitarios. Diversos especialistas coinciden en que no se requiere una preparación avanzada para iniciarse en ellas. Existen múltiples recursos accesibles que permiten a cualquier persona incorporar la meditación de manera sencilla a su vida cotidiana.
Aunque el mindfulness no sustituye un tratamiento profesional cuando es necesario, sí representa una herramienta valiosa que puede complementar otras estrategias de cuidado emocional. Lo importante, según apuntan los estudios más recientes, es avanzar hacia enfoques personalizados que reconozcan la complejidad de la experiencia humana y ofrezcan soluciones adaptadas a cada individuo.