EL REFERÉNDUM EN CATALUNYA

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Son las 22:04 del domingo primero de octubre del 2017 y “la cacerolada” (de cinco a quince minutos a partir de las 22:00 los catalanes abren las ventanas de sus departamentos y se asoman con ollas que golpean frenéticamente con lo que encuentran para significar que están a favor del referéndum) nos ha arrancado a Gustavo y a mí de nuestras pantallas en donde veíamos llenos de espanto las imágenes de la jornada electoral en Catalunya. Los policías de la guardia civil brincando para pisotear personas, jalando niños, golpeando mujeres, arrastrando muchachos, hiriendo ancianos. No lo podíamos creer. A qué hora había llegado el fantasma de Franco a tomar posesión de esta realidad.

A pesar de la orden judicial por la cual la guardia civil estuvo desde días antes requisando papeletas de voto y urnas; a pesar de la prohibición de utilizar las escuelas para las votaciones y de la orden de arresto para algunos jefes de ayuntamiento, el referéndum se hizo. El problema fue que 45 minutos antes de empezar la votación, los catalanes cambiaron las reglas del juego de la ley del referendo, no había papeletas oficiales, ni censo electoral visible, ni junta electoral. Tanto así que hubo mucha gente que votó más de una vez. No fue un referéndum legal, pero la violencia le otorgó legitimidad.

La clase política ha llevado las cosas a los extremos. Los líderes catalanes (que han cometido muchos errores que han hecho pagar a la ciudadanía y en ocasiones han sido acusados de corrupción) aducen la dignidad, la democracia, la patria para incitar a la gente a que vote por la independencia, añadiendo que España les roba, cuando que la desigualdad y la pérdida de empleos se deben a los errores económicos de los que la clase política no se hace responsable. Entonces esgrimen el argumento: “España nos roba” y atizan el odio.

Mucha gente no está en favor de una independencia que les haría perder a España, su mayor socio comercial; que los sacaría de la Comunidad Europea, que los obligaría a crear un gran aparato de estado y que tal vez les haría pagar cuotas por la estructura construida por el centro.

Lo que la gente deseaba era votar. Si se les hubiera permitido realizar un referéndum en forma, tal vez habría ganado el NO. Pero Mariano Rajoy se negó a negociar. Si hubiera hecho una campaña explicando en qué consistiría realmente la salida de Cataluña de España, estoy segura de que habría convencido a muchos; si hubiera querido hacer las paces con Cataluña, demostrar que los españoles la quieren y la necesitan, enamorarla de nuevo… En vez de eso mandó a la policía a golpearla. Eso radicalizó a la gente. El éxito del SI se lo deben los catalanes no a Carles Puigdemont, el presidente de la Generalitat, sino a Mariano Rajoy, el presidente de España. Es tan estúpido Rajoy que ha elevado a los catalanes al rango de víctimas, que hoy gozan de la simpatía mundial.

Estoy segura de que si los españoles lograran deshacerse de estos líderes políticos, dejarían de pensar en separarse y tal vez idearían una convivencia pactada y organizada que inyectara vida a una España unida.