

Hacía diez años que no nevaba en Holanda. El 5 de febrero Gustavo y yo veníamos del bosque por Baronielaan, la calle donde vivimos. Comenzaron a caer algunos plumoncitos y nos entusiasmamos. Fue hermoso caminar durante el comienzo de la nevada. Así siguió, cayendo de a poco, hasta que anocheció y entonces sí comenzó a apreciarse una ligera capa de nieve sobre los coches y en las banquetas.
A la mañana siguiente el paisaje era increíble. Todo blanco. Los tejados, los autos, las banquetas. Era como una fiesta. Cantidad de gente en la calle. A mediodía volvió a nevar. Desde nuestra terraza cubierta, nosotros mirábamos todo asombrados y felices, pero yo tenía miedo. De salir y resbalar.
El domingo nevó toda la mañana y después de la comida, Gustavo me invitó a que saliéramos a caminar para sacar fotos en el parque que nos queda cerca, el canal y sobre todo el bosque. Me abrigué, me puse unos zapatos especiales y salí. En cuanto puse el pie sobre el mazacote de nieve compactada ya por tantas pisadas, se deslizó. Centímetros, pero eso bastó para regresar a mi casa.
Al día siguiente, justo cuando iba a salir hacia mi cita con el oftalmólogo, se desató una ventisca. Desde luego cancelé. Pero no podía quedarme encerrada para siempre. La tormenta al fin pasó para el miércoles, pero las temperaturas seguían bajo cero, por lo cual la nieve no se iba a derretir. Entonces más me valía vencer mis miedos y hacer lo que todos: caminar en la nieve. Eso hice. Al final no fue tan difícil. Fui adonde tenía que ir y regresé contenta a casa, caminando con muuuchaaa cautela. En la entrada del edificio, cansada y chapeada por el frío, me encontré a mi vecina del departamento de abajo.
-¡Qué barbaridad! -le dije-. Vengo caminando como anciana del susto que me da caerme en el hielo.
-¡Yo también! -contestó Gerdi.
-¡Cómo que tú también! ¡Tú debes estar acostumbrada!
-¡Qué va! ¡Hacía diez años que no nevaba así!
Seguí saliendo. Vi a las madres ir por sus hijos a la escuela cargando los trineos para traerlos de regreso en ellos. Vi a los chicos correr y jugar en la nieve. Pero lo más impresionante fue cómo muchos, niños y adultos, salieron a patinar en los canales que se habían congelado. Era un espectáculo hermoso. Me recordaban los cuadros de Bruegel. Todos gritaban, se reían y hasta jugaban hockey. ¡Pero el canal no se había congelado completo! A cien metros, los patos nadaban. ¿Qué tan grueso podía estar ese hielo? Luego vimos los videos de hielo que se rompía y gente cayendo al agua.
Las salidas en auto fueron increíbles. ¡Los paisajes eran bellísimos! Sobre todo las granjas con sus tierras de cultivo ahora blancas, los caballos cubiertos con mantas pastando, las casitas echando humo por las chimeneas. Como en las láminas que veíamos en los libros de primaria.
También fueron arriesgadas. En una bocacalle, por más que aceleraba Gustavo, nuestro auto no avanzó. Las llantas de atrás no tenían tracción sobre el hielo. El problema era que el vehículo se iba deslizando hacia un lado. Por fortuna no nos estrellamos contra el muro. Y en otra bocacalle, un coche atravesó muy rápido asustándonos. Estaba escandalizada ante la irresponsabilidad del conductor. ¡Si hubiéramos avanzado un poco más, habríamos chocado! Gustavo me explicó que se había patinado en el hielo.
Días después, la temperatura subió y el hielo se hizo más resbaloso. Llegamos a ver gente que andaba agarrándose de los muros, pero era poca. La mayoría pasaba caminando como si nada. Incluso a buena velocidad y, algunos, hasta corriendo. ¡Qué le va uno a hacer! Lo tienen en la sangre.